“No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:18.
Al final, no seremos conocidos por nuestras buenas intenciones, sino por nuestras acciones. Y ¿Cómo queremos ser conocidos, por hacer lo que agrada a Dios o por hacer lo que la tendencia al pecado nos arrastra?
Seguro, hacer la voluntad de Dios siempre será mejor. Entonces necesitamos un cambio interior si queremos que el resultado de nuestras acciones sean correctas, íntegras, con una meta diferente al egoísmo o a la ambición de las cosas temporales.
Este cambio interior ocurre cuando nos acercamos por fe a Cristo, Él renueva nuestro interior colocando la disposición en nosotros, para hacer las cosas que agradan y dar fruto verdadero. Si creemos en Jesús, Él hace de nosotros un campo fértil donde puedan florecer obras buenas, cosecha abundante de buenos frutos. Si queremos que el resultado o fruto de nuestro trabajo, estudio o lo que estemos haciendo sea verdadero, duradero y bueno, no queda otro camino que la obediencia a Cristo y a su Palabra.
Oramos: Señor, tú miras el corazón y conoces mis intenciones, límpiame mi Dios para ser un terreno fértil que da buenos frutos, que hace tu voluntad. Amén.
Todo aquel que quiera que la cosecha de su vida sea abundante, sin perdida y llena de paz, debe ajustar sus planes a la voluntad de Dios, entonces Él mismo tomando el control de lo que hacemos nos ayudará a que el resultado de nuestra determinación sea bueno, agradable y conforme al corazón de Dios.