“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.

Juan 3:6

A mí no me costó nada, pero lo real es que Jesús murió por mí, hubo una pérdida, de un hombre joven, lleno de vida, con un brillante futuro por delante, que me amó tanto, enloqueció de amor, que estuvo dispuesto a entregar su vida, para que la mía sea rescatada.

El amor no tiene precio, amar es la expresión más profunda del universo, lo que empequeñece al hombre y exalta a Jesús. La entrega del hijo unigénito de Dios, su eterno poder y amor, dedicación a una civilización caída y derruida por hacer lo malo, nos proyecta que hay alguien que nos ama, que agota todas las posibilidades y todos los medios para que salgamos del camino que lleva a la muerte segura.

Volver a empezar, es la propuesta de Jesús, nos habla de un nuevo hombre creado según Dios, una nueva vida con esperanzas y expectativas de victorias sin límites, sanar toda enfermedad, quitar el pecado y sus efectos en un instante, recrear el puente roto que nos unía a Dios, avizorar la vida eterna para bendición, aún mucho más, significa que alguien que se interesa por mí, que valora mi vida y su disposición de ayudar.

Nadie más que Jesús sabe el dilema humano, hoy tiende una mano y dice, “Yo ya pagué” lo hice fácil para que puedas hacer lo que nunca fue posible, ser un hijo de Dios.

Oramos: Padre, el reino de la paz me diste, acepto ante ti he sido, por la sangre del cordero mis pecados perdonados, mi expectativa es hacer tu voluntad y gratitud demostrarte todos los días, porque tú eres mi redentor. Amen.

Debemos dejar el jardín de infantes, si queremos crecer.

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