“Libra mi alma de los malos con tu espada, de los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”. Salmos 17:3.

Esta es una oración de David pidiendo protección contra los hombres malos, los que siguen la corriente del sistema del mundo.

En este salmo, el autor los describe como “hombres mundanos” y le pide a Dios que lo libre de ellos. El hombre mundano obtiene “su porción en esta vida”. No piensa en la eternidad. Sus objetivos son temporales, su propósito es egoísta y todo lo que desea alcanzar debe estar aquí y ahora.

Aparentemente, al hombre mundano las cosas le van bien. Sus “vientres están llenos”, incluso también “sobra para sus pequeñuelos”.

Sus necesidades están satisfechas y parece tener todo controlado. Se ve que a su familia no les falta nada y el futuro suena prometedor. Por lo menos, eso parece hoy, a los ojos de otros mundanos. Pero David hace una pausa y declara: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.”

En esta afirmación, está poniendo toda su esperanza en Dios. Está mirando hacia la eternidad, cuando lo vea cara a cara y todo estará muy claro para él, todo se entenderá según sus propósitos. Sabe que aquí y ahora hay muchas cosas que son superficiales, pasajeras, corruptibles, pero sembrar para la eternidad es imperecedero.

Oramos: Señor bendice mi vida, que mis amistades y compañía no sean hombres perversos y malos, líbrame de ellos, en el nombre de Jesús, amén.

Dios te dio el mensaje, Dios te dio la nueva vida, Dios te dio el poder para ser testigo. Resplandece como hombre santificado y sé un testigo de la vida abundante de Cristo.

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