“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Lucas 12:32.
El Señor Jesús lleva a sus discípulos a poner sus ojos en el reino de Dios para que su proceder sea generoso y de servicio aquí en la tierra, y esta palabra de hace dos mil años es tan fresca que nos habla también a nosotros. Solo Dios conoce el corazón del hombre cuan avariento es, cuan pegado a las cosas materiales vive, por eso nos habla de esta manera.
Jesús aprovecha la ocasión para advertirle que el mayor problema es la avaricia que se asienta en el corazón del hombre.
Jesús también cuenta la parábola del rico insensato diciendo: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?
Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
Oramos: Padre Bueno, ayúdame a quitar de mí toda avaricia, todo apego al dinero y a los bienes materiales, a tener un corazón dadivoso y caritativo, pues tú amas al dador alegre y cuanto más se abra mi mano para dar, más abierta queda para recibir de tu gracia y tu bondad que es inagotable. Gracias Señor, amén.
Plantea en tu vida la perspectiva correcta sobre la posesión de los bienes materiales, grava en tu corazón esta palabra: “haceos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.